martes, 2 de julio de 2013

Se llama ternera

SE LLAMA TERNERA




 La tarde se estaba poniendo nublada, iba en mi coche con Alicia, mi compañera de supermercado, nos dirigimos a la escuela de primaria, siempre recogemos a mi hermanita a la salida del cole. Se llama Mirella y es una niña muy inteligente, este año quizá pase dos cursos de golpe. Trabajo desde hace un par de meses en la sección de carne del supermercado, hoy llevo todo el uniforme perdido. 

 Mirella se sonríe como siempre cuando me ve aparecer y corre hacia el coche, cuando se monta grita:

- ¡Qué asco, huele a muerto!- No se de dónde sacará esas cosas, ahora le ha dado por defender los derechos de los animales, y desde hace cuatro meses no come carne, no sé ya como explicarle que pertenecemos a una cadena alimenticia y que...

 Creo que hemos tenido un choque, no puedo moverme, gracias a Dios Mirella está bien, está fuera del coche llorando como loca, está asustada, sólo tiene nueve años. Alicia la abraza mientras coge el móvil, supongo que para avisar del accidente. Intento moverme para salir a tranquilizarlas pero me pasa algo que no alcanzo a explicar, creo que el choque ha sido más fuerte de lo que pensaba, me desvanezco...

 He perdido la conciencia por un largo rato. Me despierto y me encuentro rodeada de animales, ¡que asco!

 Noto como algo viscoso me recorre la nuca. Umh, me gusta, -ah, ya; ¡es mi mamá! Creo que estoy soñando, mi mamá tiene cuatro patas y manchas negras y blancas, -¿pero qué digo? Definitivamente, creo que estoy drogada. Me vuelvo a desvanecer...

 Me vuelvo a despertar y siento que el día del accidente queda muy lejos, incluso me planteo que no haya pasado nunca. Mi mamá me quiere mucho, me sigue lamiendo, parece que no ha pasado mucho rato, y me acurruca en su pecho. ¡Me siento tan bien! Quiero que este momento dure para siempre. Te quiero mamá.

 De nuevo duermo y recupero la concienca, y me doy cuenta de que es de noche desde que estoy aquí, ¿es que aquí nunca sale el sol? Lloro porque quiero salir a jugar, quiero salir con mi mamá, estoy cansado de estar en este lugar.

 De repente se abre una gran puerta metálica y yo salto de felicidad, ¡nos van a sacar fuera! Entran unos hombres muy serios, la verdad es que me dan miedo, pero bueno, me siento feliz porque quiero salir y ver el sol, ¡voy a jugar fuera por primera vez!

 ¿Pero que están haciendo? A los demás los están separando de sus mamás, les están pegando con un hierro al que se le enciendo una luz azul cuando los toca y están llorando, ¿por qué les hacen daño? No han hecho nada. Ahora siento mucho miedo, vienen hacia mí, no quiero que me separen de mi mamá, no quiero que me hagan daño, a mi mamá se le ponen los ojos húmedos mientras me hace señas para que esté tranquilo. ¿Pero cómo voy a estarlo? ¡No, no quiero ir mamá! Me mira con un dolor en la mirada que nunca había visto antes, parece que no es la primera vez que pasa por esto. ¡Por favor, no dejes que me lleven, no quiero ir!

 No se a dónde nos llevan, el palo de la luz azul es muy doloroso, no entiendo nada, ahora me siento débil y casi no puedo andar, pero tengo que resistir, a los que les flaquean las piernas le dan patadas muy fuertes para que sigan caminando.

 No, no puedo más, me duele mucho el costado, ahora siento terror por el palo azul. Se me derrumba la patita delantera derecha, no tengo fuerzas, y cuando me ven me propinan un puntapié justo en el estómago que me hace perder el control de mis esfínteres. El hombre grita riéndose:

-No te cagues, vas a ser una ternerita para chuparse los dedos, ¡venga, muévete!

 No se que significa "ternera", solo se lo había escuchado a la hija de uno de esos hombres, una niña casi tan pequeña como yo se acercó a mí, me tocoó la cabeza y dijo:

 -Oh, que ternerito tan lindo.

 Supongo que soy un ternerito, espero que eso sea algo bueno, quizá a donde nos llevan haya muchos niños llamándonos lindos y acariciándonos, esa idea no me disgusta, pero quiero volver con mi mamá.

 El suelo es metálico y está frío, no se que hacemos aquí, estamos muy lejos de la puerta que da a la calle.
  
 A uno de mis compañeros lo cogen entre dos hombres por el cuello, ¿pero qué hacen esos desgraciados? ¡Le estáis haciendo daño!, ¡parad, por favor! Sacan algo metálico grande y afilado y lo sujetan fuerte mientras intenta escapar, pero no puede, ¡son dos hombres grandes contra él!, ¡es el más pequeño! Ahora lo cuelgan de las patitas traseras boca abajo de un cordón en el techo, el hombre aún sostiene el metal afilado en la mano y de repente le hace un corte tan profundo en la yugular que hace que la cabeza se separe varios centímetros de su pequeño cuerpo, nunca había visto tanta sangre junta, todos lloramos e intentamos escapar de allí pero no podemos, ellos son muy grandes con respecto a nosotros, sigue desangrándose y gritando mientras se ahoga en su propia sangre, ¡quiero irme de aquí! ¡Nunca he sentido tanto miedo, quiero irme!

 El siguiente soy yo, me cogen de las patitas y me cuelgan boca abajo, y lo último que veo es el cuchillo acercarse  mi cuello.

 No sabía que se pudiera sentir tanto dolor, ¡por favor, ayudadme, quiero morir de una vez! Ha pasado más de media hora y ya estamos todos en la misma situación, aún gritamos casi todos, aunque no puedo abrir los ojos, pues creo que he perdido la visibilidad y la movilidad de mi boca y lengua, puedo sentir que los demás también siguen vivos, y que están sufriendo tanto o más que yo.

 ¡Tan solo pido que me maten de una vez! ¡Acabad de una puta vez conmigo, cabrones! ¡No puedo más! ¿Pero qué hemos hecho? De repente viene a mi memoria mi hermanita Mirella y el accidente de coche. Pierdo la conciencia definitivamente, y por fin dejo de sentir dolor. Descanso.

 Despierto en una camilla de hospital, mi hermanita me mira junto a mis padres y cuando se percata de que he abierto los ojos grita ¡se ha despertado, se ha despertado! Me fundo en un interminable abrazo con ella y sólo alcanzo a decirle con un tenue hilo de voz: 

 -Jamás volverás a soportar ese terrible olor a cadáver, por lo menos no en tu hermana. Te quiero mi niña-

martes, 8 de mayo de 2012

¿Puede ser?

Con este micro-relato he participado hoy en una muestra de narrativa muy interesante. El año que viene será publicado junto con los demás micro-relatos de la muestra en un libro. Aquí te lo dejo para que puedas brindarme tu opinión.






¿Dónde estoy? Está muy oscuro. ¿Quién soy? No recuerdo nada. Mi cabeza da vueltas, siento que lo se pero no logro acordarme. Ah, ya, me llamo... ¿Carol? Sí, soy Carolina. ¿Que me ha pasado? En mi cabeza tan sólo vagan confusas imágenes a las que no consigo poner sentido, lo último que recuerdo es que sentía un terrible dolor, sí, recuerdo revolverme de dolor. Hay una frase que se me repite constantemente; "No podemos hacer nada más por ella." ¿Que significa eso?, ¿estoy muerta? ¡No puedo estar muerta; respiro! Un momento, ¿respiro? ¡No, no estoy respirando! Pero, ¿como puede ser? Y, sin embargo, me siento tan a gusto, es tan cálido este sitio, me duermo... ¿Que es eso? Un terrible grito de dolor me ha vuelto a despertar, intento palpar a mis lados y, me doy cuenta de que estoy encerrada. Oh dios, estoy dentro de algún sitio lleno de agua. De repente, el lugar en el que me encuentro se hace aún más pequeño, el agua que me cubre empieza a desaparecer y siento que me ahogo. Creo que he perdido la conciencia durante un largo rato y, de repente, me ciega una deslumbrante luz, tanto que no puedo ver nada. Repentinamente, oigo una voz muy dulce que dice: es un lindo varón.

lunes, 16 de abril de 2012

La despedida




 Hice una pequeña maleta pensando qué me iba a poner ese fin de semana, ni siquiera dejé el cuarto del todo recogido, ya lo arreglaría a la vuelta, cogí de mi joyero, que estaba encima de mi escritorio, mis pendientes favoritos, le eché un vistazo al cuarto para ver si se me olvidaba algo importante, mis fotos colgadas en la pared, más fotos enmarcadas en la estantería con mis amigas, mi mochila en una esquina del cuarto, los cajones llenos de objetos personales, algún pequeño diario, cachivaches que casi nunca usaba pero que podrían ser usados algún día, mi agenda... Cajas de zapatos en lo alto de la estantería llenos de aún más cachivaches, mi mesita de noche con los últimos libros que había leído encima, medallas colgadas de la escalera de la litera de las olimpiadas escolares, peluches... Todo lo que una niña de 16 años puede tener almacenado en su habitación. En ese momento no se me ocurrió pensar que ya no volvería. Ya no pasaría las horas sentada en mi escritorio con el ordenador o estudiando, ni tumbada en la cama hablando por teléfono, ni le pediría a mi madre que me dejara dormir un ratito más cuando me despertaba para la escuela... Mi habitación, mi guarida, si, un simple lugar, pero del que hubiera querido despedirme.


 Hablo de mi habitación para referirme con ella a una vida, una vida de la que no me despedí, con mi habitación mi casa, el cuarto de baño donde pasaba horas arreglándome el pelo, mi terraza donde tomaba el sol, el patio donde jugaba con mi perra, el sofá donde dormía las siestas y veía la tele con mi madre, las calles que conocía como la palma de mi mano, la papelería donde compraba bolígrafos, lápices o cualquier otra cosa que me hiciera falta, las calles céntricas por donde pasé mil veces, los sitios por los que solía salir algunos sábados, hablo de las cosas menos importantes para referirme con ellas los recuerdos de una vida, a cuando las cosas eran diferentes, a cuando éramos una familia. Si que les dije a mis amigas que no volvería, pero lo había dicho tantas veces que en el fondo pensaba que algo pasaría y todo volvería a ser igual.


 He llegado a la conclusión de que es muy importante despedirse de las cosas, enfrentarte al duelo de perder algo, sea lo que sea, porque si no te despides después duele más. Si te vas como si todo fuera a seguir igual, al tiempo te darás cuenta de que no es así, y eso duele más, lo aseguro. Puede que sea más fácil irte sin despedirse para no pasarlo mal, pero eso es un gran error, pues lo pasarás mal de igual modo y además no lo habrás superado, cuando te despides de alguien, asumes la separación y aunque siga doliendo por un tiempo ya lo has asumido, al no despedirte sin quererlo pensarás que todo seguirá igual en algún momento y más tarde te darás cuenta de que no es así.


 Echo de menos mi habitación, la echo mucho de menos, y no es lo mismo echar de menos algo sabiendo que eso ya se terminó y que las cosas son así, que echarlo de menos habiéndote dado cuenta ahora de que eso se fue para no volver, no terminas de asumirlo, es como si tuvieses una laguna, como si no supieras como has llegado a donde estás ahora, es bastante difícil de expresar esa sensación, sólo me entenderá quien haya pasado por algo parecido, así que no cometas el mismo error que yo, despídete.

miércoles, 11 de abril de 2012

Una pequeña historia de amor

 Hoy una historia de amor...






 Estaba en su habitación tumbada en la cama, tal y como pasaba la inmensa mayoría de las horas desde hacía seis días. Pablo, su compañero de travesuras a los diez años, su primer amor a los doce, con quien compartió su primer beso a los trece, la cama a los quince y una relación quizá demasiado seria para su edad a los diecisiete había decidido desaparecer de su vida sin decir nada. Miraba alrededor de su habitación que mezclaba las paredes color rosa y los peluches en la estantería de una niña con las últimas fotos que se había hecho con Pablo en su primer viaje juntos, en el que pasaron una semana maravillosa en un lugar algo perdido de la sierra de Cazorla. Sintió como una ligera lágrima caía por su mejilla izquierda, y con ella una sensación de desahogo en la boca del estómago, en la que sentía un nudo que solo se aflojaba un poco cuando conseguía llorar. Había llorado tanto los cuatro primeros días que ya apenas podía, no por falta de ganas, sino porque sentía haber agotado sus lágrimas, pero desapareciendo el llanto no desaparecía su dolor, que se incrementaba por minutos al no tener noticias de Pablo.


 En esa última lágrima, seguida por fin de un llanto desesperado, sintió una sensación de calma y rendición a la situación, y pensó que ya era hora de pasar página. Pero lo haría al día siguiente, ahora estaba demasiado cansada. Empezó a respirar hondamente mientras un cúmulo de imágenes y recuerdos iban pasando por su cabeza mientras ella sólo los observaba sin poner orden en ellos. Comenzó a sentir una sensación de paz que la hizo verse a ella misma tumbada en una pradera verde, con algunos ramilletes de tres o cuatro amapolas que adornaban la hierba verde al igual que corazones rojos su agenda, corría una brisa que parecía abrazarla suavemente. Decidió observar el paisaje, y divisó pradera abajo un riachuelo. Decidió levantarse e ir hacia el, sentía algo de calor y le apetecía bañarse en él. A los pies del riachuelo se dio cuenta de que no llevaba ropa de baño, pero le podían las ganas de meterse en el agua. Miró a su alrededor y aparte de la hermosa vegetación que la rodeaba no vio a nadie. Se descalzó las sandalias, con algo de inseguridad se quitó el vestido de vuelo blanco que llevaba puesto, se soltó la larga trenza que le caía hombro abajo, observó su reflejo en el agua, mirándose embelesada como si de una piedra preciosa se tratara y, se zambulló en el riachuelo.


 Al rociarse la cara con el agua fresca, un poco de esta entró suavemente por la comisura de sus labios y notó un fuerte sabor salado, abrió los ojos y ahora se encontraba en la orilla de la más hermosa playa que sus ojos habían visto jamás, el agua era tan azul cristalina como sus ojos, y a la vez que observaba el nuevo entorno se veía a ella misma saliendo hacia la orilla, hacía varios días que ni le apetecía mirarse en el espejo, y ahora, observando como caminaba hacia afuera del agua, con su largo pelo castaño claro tapándole los pechos, sus mejillas ahora ligeramente coloreadas por el sol, su vientre perfecto de ya no niña pero aún no enteramente mujer, sus piernas largas y finas pero algo marcadas por las horas que le dedicaba a la danza, sus labios carnosos que resaltaban del conjunto de una cara perfecta. No podía dejar de observarse y, a la vez, de sentir ese bienestar desde dentro. Se sentó en la arena mirando al horizonte, el sol se fundía con el infinito pero era lo suficientemente fuerte como para provocarle un ligero sueño. Cerró los ojos sin borrar su propia imagen de sus pensamientos y, de repente, escuchó el sonido de una música que se hacía más sonora a cada momento, hasta el punto en que sonaba tan fuerte que la sobresaltó. Se despertó en su cama sin que el móvil parase de sonar, y en la pantalla el nombre de Pablo. Cogió el teléfono tan rápido como le permitieron sus manos y pulsó la tecla verde;


  -¿Sí? - Contestó mientras el corazón le latía tan fuerte que temía no escuchar.
  -Perdóname - dijo Pablo con la voz entrecortada por el llanto - Perdóname, por favor. Te quiero.
  -¡Dónde mierda has estado, Pablo! ¡Te fuiste sin decir nada! - Le dijo mientras comenzaba a llorar de nuevo, pero, aunque quería hacerse la dura, lloraba de felicidad.
  -Me equivoqué, pensé por un momento que podría vivir sin ti, pero me equivoqué. Eres el sentido de mi vida. Decidí irme unas semanas a Francia con mi hermano para pensar, olvidando el móvil. Cuando me bajé del avión me arrepentí de ese viaje y quise coger el primero de vuelta, recogerte en tu casa con un ramo de rosas y rogarte que me perdonaras invitándote a cenar, pero mi hermano me estaba esperando para recogerme, te regalaron este móvil el mes pasado e idiota de mi que no me aprendí tu número. Decidí que después del viaje y de tanto tiempo sin ver a mi hermano debía pasar al menos un par de días con él, al segundo estaba desesperado, al tercero saqué el billete de vuelta para hoy. He llegado directo a por mi móvil, encendiéndolo mientras venía corriendo hacia aquí. Te quiero mucho. Estoy en tu puerta, ábreme.




El amor...